Algunas editoriales tienen la amabilidad de enviarme sus libros, y últimamente, por comodidad, me he leído (es un decir) unas cuantas traducciones recientes, hechas a partir de lenguas que conozco. Al cabo de pocas páginas, la amabilidad se ha convertido en sadismo y la supuesta comodidad en un montón de molestias, que me han impelido a tomarme mis crecientes estupefacción y alarma. He ido a los textos originales si los tenía en casa, o si no los he pedido al extranjero (Inglaterra, Francia, Italia), y en los momentos de mayor incomprensión o incredulidad, he cotejado. Y como tengo un par de amigas que trabajan como correctoras para diversas editoriales, y ambas me confirman que lo mío no ha sido mala suerte, sino que los disparates translaticios son hoy la norma y una verdadera plaga (ellas se desloman con las obras que pasan por sus manos, pero no pueden matarse), creo justo advertir a los lectores para que desconfíen y exijan, porque a tenor de lo visto, y salvo las seguras excepciones de rigor, no saben lo que leen y el mundo editorial les da casi siempre gato por liebre. O ni siquiera eso, sino mosquito por liebre. O, cómo decir, taburete por liebre.
En primer lugar, está la epidemia del castellano “tanteado” o “deducido”, invariablemente desvariado. Me he encontrado con frases como “iba tocado con un frac” (o sea que lo llevaba en la cabeza), “gente escuchirrimiciada”, “algo punchiagudo”, “le tocó la cara produciéndole una dolorosa bofetada”, “le propinó una herida”, “la luna profería una luz pálida”, “reflejó las palabras oídas” (en vez de “reflexionó sobre …”), “le agasajó un regalo”, y así hasta el más inverosímil de los infinitos. Luego van las “interpretaciones” chifladas, y “en el lugar de honor” queda convertido en “por la plaza de honores” (?), valga un solo ejemplo pero los hay a millares. Y ya, por último, masivamente, los errores de traducción brutales. Aquí van algunos: un joven pregunta a sus hermanas si la habitación de ellas le toleraría una de sus apestosas pipas, porque en caso afirmativo va a encenderla, y en la traducción eso se convierte en esto: “¿Hay alguna asquerosa conducción de gas en vuestro cuarto? Porque la encenderé si no lo está” (?). La frase “En su vida se había sentido tan tonto como con el padre de su amigo” pasa a ser “Nunca en toda su vida se había encontrado con un mentecato como el padre de su amigo”. O bien, dice una joven cuya madre le busca marido: “Casi se nos han agotado los solteros de los alrededores”, y eso se traduce como: “Los solteros de la vecindad estamos casi exhaustos”. “Muéstrate un poco más enamorada”, el traductor lo entiende como “Busca algo más parecido a un amante”. Y “Habría detestado que la gente lo supiera” pasa a ser, en las febriles mentes translaticias de hoy, “Tenía que haber conocido a tanta gente odiosa”. Hasta las cosas más simples se les enredan, y así “¿Quieres un trago?” es plasmado en español como “¿Estás en un apuro?” Las hay que traducen “miércoles” por “viernes”, “treinta” por “cincuenta” y “la una y media” por “las dos y media”, o “¿Es eso justo con ella?” por “¿No tenía ella derecho?”; y hasta la “manta” que el yerno le echa a la suegra para que no coja frío en el jardín, les parece lógico que sea “una alfombra”, que probablemente habría aplastado a la señora. Esas mentes dementes se molestan de vez en cuando en poner notas a pie de página, y explican, ufanas, que a una madre a la que sus hijos llaman Pussy (en los años veinte, y de clase alta), en realidad la están llamando “minino, chochete”.
Muchas traducciones de hoy son así continuamente, hechas por novatos o por veteranos. Dicen lo contrario de lo que dice el original, o inventan, o suprimen enteros párrafos arduos. Ignoran que “Noah” y “Bethlehem” son, en inglés, “Noé” y “Belén”, y los dejan sin traducir, o que “Geneva” es “Ginebra” y “Cortez” “Cortés” (Hernán, el mismo). Siempre ha habido traductores infames, pero lo de ahora es lo nunca visto, sobre todo porque, además, a la mayoría de los editores les trae sin cuidado qué bazofia sacan bajo su sello. Encargan el trabajo a ineptos o a jetas (dobles, en ambas lenguas), y luego no lo revisan ni corrigen. El del libro parece el único mercado que ofrece de continuo productos podridos o defectuosos sin que nadie reclame ni se dé cuenta. He leído una novela de intriga y de mucho éxito que aquí ha publicado una editorial “de prestigio”. Pues bien, los lectores españoles la han devorado sin poder entender casi nada –lo aseguro– de dicha intriga. ¿Cómo se explica? Luego decimos que la gente habla tan mal porque no lee, pero es que a este paso serán quienes lean los que peor hablen (la cosa estará reñida). Así, no es de extrañar que los locutores de informativos digan día tras día que alguien vivió algo “en primera persona”. Me gustaría saber cómo podría nadie vivir nada (otro asunto es contar) en segunda o en tercera. Pero aquí, por lo visto, casi nadie sabe ya lo que se dice, ni lo que se escribe.
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