21 septiembre 2007

Canción

El derecho de vivir en paz

(Víctor Jara)

El derecho de vivir
poeta Ho Chi Minh,
que golpea de Vietnam
a toda la humanidad.
Ningún cañón borrará
el surco de tu arrozal.
El derecho de vivir en paz.

Indochina es el lugar
mas allá del ancho mar,
donde revientan la flor
con genocidio y napalm.
La luna es una explosión
que funde todo el clamor.
El derecho de vivir en paz.

Tío Ho, nuestra canción
es fuego de puro amor,
es palomo palomar
olivo de olivar.
Es el canto universal
cadena que hará triunfar,
el derecho de vivir en paz.

(1970)

09 septiembre 2007

Predicando con el ejemplo


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Jueves 06 de Septiembre, 2007

Artículo número ocho, inciso uno

Mañana sale a la venta —sólo de este lado del océano, por el momento— España, Perdiste, un libro que recopila aquellos textos de Orsai en donde, durante tres años, me dediqué a despotricar contra la cultura ibérica, desde los ojos exagerados, nostálgicos y pedantes de un argentino en el exilio. Con este volumen en la calle es posible que deje de escribir aquí esos textos de reivindicación nacional, un poco porque ya creo haber dicho lo que tenía para decir, y otro poco porque quejarse tanto provoca úlcera de estómago.

Ya es la segunda vez que uno de mis blogs se convierte en un libro de papel, con tapas, publicidad y gira promocional, y en este caso —como en Diario de una mujer gorda— también ocurrirá que los textos completos, además de estar a la venta en las góndolas de las librerías desde mañana, permanecerán, de forma gratuita, en Internet. No un poco. No un adelanto. No uno o dos capítulos. No una muestra gratis. Sino en su totalidad.

Lograr esto no ha sido una tarea sencilla, puesto que la editorial que publica mis libros es una empresa multinacional, y estas compañías (tan grandes, tan serias) no están acostumbradas a vender algo que la gente de a pie puede conseguir también de forma gratuita.

Existe, en el comercio tradicional ya en decadencia, la sospecha de que las obras culturales (los libros, los discos, las películas) deben guardarse bajo siete llaves para poder venderlas después con el valor agregado de la exclusividad. De este modo ocurrían los negocios en el siglo XX, y de este modo, también, quienes no podían adquirir un bien cultural debían aguantarse y no disfrutarlo.

Estoy encantado de que estos métodos escurridizos y mezquinos estén cambiando. Algunas veces lo hacen de manera forzada, y otras tienen que ver con el diálogo entre los autores y las empresas que los patrocinan. En mi caso, este diálogo fue civilizado y humano.

Inicialmente la editorial (por costumbre y tradición) me pidió que quitase los textos online que serían publicados en papel, a efectos de preservar el negocio. El de ellos y el mío. Como es lógico, les dije que tal cosa me resultaba imposible de hacer. No por ética ni por generosidad, ni mucho menos por cabezonería, sino por vergüenza. Yo no podía regalar algo y más tarde, por el solo hecho de participar en un negocio, quitárselo a los agasajados.

—Permítame usted que le arranque de las manos este obsequio que le hice el año anterior, porque ahora es mi deseo poder vendérselo a quince euros.

No, no me parecía lógico.

Estaba dispuesto a resignar mi contrato a causa de este impedimento vergonzoso, pero entonces descubrí algo que (por prejuicio) no pensé que pudiera ocurrir. Los editores no se cerraron en banda al oír mis planteos, no me dieron una patada en el culo por comunista y por hippie. Por el contrario, me escucharon e, incluso, les pareció que el mío era un argumento razonable.

Entonces redactamos, a cuatro manos, una cláusula inédita en mi contrato, que espero siente precedentes para futuros autores. Es un inciso a la cláusula número ocho, que en su versión estándar dice que “EL AUTOR no podrá autorizar, sin permiso de EL EDITOR, la reproducción total o parcial de ningún capítulo de la obra”; en la versión corregida se aclara que esto sigue en pie, “a excepción de los derechos de web, que pertenecen en su totalidad a EL AUTOR”.

De este modo, la empresa editorial acepta, por primera vez, que está dispuesta a comercializar un producto cuyo núcleo (el texto) permanece en un sitio público, de forma gratuita y al alcance de todos los que deseen hacer uso de él.

Por mi lado, yo creo que los libros, los discos y los dvds son, más que bienes culturales exclusivos, objetos hermosos. Yo me descargo de Internet series y libros, películas y música, pero si alguna obra me vuela la cabeza necesito poseerla de un modo físico. Y, lo que es más importante, tengo la necesidad de recomendarla y también de regalarla para un cumpleaños, o de obsequiársela a otro porque sí.

Lo que no suelen entender las empresas tradicionales (y en decadencia) es que nadie obsequia para un cumpleaños un disco virgen con canciones, ni las hojas impresas en .pdf de una novela, por ejemplo. El obsequio sigue manteniendo su hálito de exclusividad, su toque distintivo de amor y fraternidad, y todos sabemos que los objetos más obsequiados son los discos y los libros. Y que todo el mundo cumple años y tiene amistades, parejas y parientes cercanos.

Desde este espacio en la Red, y justo hoy que el nuevo libro está a punto de salir a la calle, me gustaría recomendar a escritores y narradores que publiquen sus obras, al completo, en sus espacios virtuales, al mismo tiempo o un poco antes de su salida a la venta. Me gustaría aconsejar que conversen sobre el tema con sus empresas editoriales, que intenten educarlas en las nuevas formas de venta y promoción de las obras. Con suerte ellos, los otros, en vez de morder y ladrar, quizás tiendan la patita y muevan la cola.

Para ayudar a esa decisión, para subrayar este consejo, y también porque confío (con ingenuidad y con pasión) en que el mundo está cambiando y en que hay que ayudar a que ese cambio se produzca, les dejo ahora el libro completo que mañana sacará a la venta una multinacional, y que lleva mi nombre en la portada.


Comprar desde España

Prólogo

• España, decí alpiste

1. Las costumbres

• Cagar leyendo, un placer rioplatense
• El tipo aburrido de la mesa del fondo
• La pluma, el Chimbote y la palabra
• Guillotina tiene nombre de mujer
• Un asadito, por el amor de dios
• Buenos Aires
• Argentinos, a los besos

2. El deporte nacional

• Del dolor y de la fiesta
• En Europa no se consigue
• Nueva teoría sobre los horóscopos
• ¡No digas nada, no quiero saber nada!
• Prohibido decir negro de mierda
• Recetas Argentinas de exportación

3. La mentira

• Hay 35 mentiras en su correo
• Las teleoperadoras también lloran
• El nuevo argentino es una copia pirata
• ¿Me tenés inadmitido?
• El chistoso es una lacra social
• Pequeña teoría de las especies

4. La nostalgia

• Próximo destino, la memoria
• Borges, desde el tablón
• Yo es otro
• Mi sofá, mi casa, mi embajada
• Las fiestas del hemisferio norte

5. La sociedad

• Yo soy un niño barato
• Negro que muerde blanco no es noticia
• Breve paseo por la autocensura
• El humor es un perro mutante
• A mí me decían El Gordo Boludo
• ¿Mi última voluntad? Que te calles
• Disculpe, ¿me dice dónde hay un kiosco?

6. La humanidad

• La verdadera edad de los países
• Al planisferio le sobran cosas
• Ya no sabemos qué inventar
• Elogio a la punta de la lengua
• Acordate de olvidarte
• Los quiénes y los porqué

Epílogo

• Hace seis años también era domingo

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Cita

"Dios concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia".

Cita de Saramago

"Y yo pregunto a los economistas políticos si han calculado el número de individuos que es necesario condenar a la miseria, al trabajo desproporcionado, a la desmoralización, a la infamia, a la ignorancia crapulosa, a la desgracia invencible, a la penuria absoluta para producir un rico"

01 septiembre 2007

El chicho y los rumanos

El Chicho y los rumanos

Foto enviada por el autor del post.

Foto enviada por el autor del post.

CÉSAR GARCÍA
Disminuye letraAumenta letra

23 de julio.- Hay un tipo que canta por los chiringuitos de 'pescaíto' de Málaga. Por su aspecto, podría ser perfectamente el cuarto Chicho. Lleva un Jané tuneado para acarrear su loro y un pedazo de amplificador. Y es un genio. (Por cierto, voy a ver si encuentro una foto para ponerla aquí).

Mientras la gente está comiendo en la terracita frente al mar, relajada, va pasando un rumano tras otro tocando el acordeón para ganarse unas monedas. Todos tienen un repertorio parecido, del tipo 'Los niños de El Pireo', 'Una Paloma Blanca'…. Y en un momento dado llega Él. Es su turno.

Ceremonioso, con una parsimonia sobreactuada, planta su carrito-ampli delante del personal y, con ese aire teatral, saluda a su público como si fuera Raphael en el Madison Square Garden. Con un sentido del humor pasmoso. Entonces le da al play, comienza a sonar la música rumbera a todo volumen, y el tío empieza a cantar.

No sé exactamente si canta bien o mal. Se marca sus 'Oví, ová', 'Me sabe a humo', '¿Qué tendrá Marbella?', ese repertorio que no sobrevivió al Musicassette. Pero cómo actúa. Qué morro. Y en mitad de la calle. Interpreta cada canción como si fuera Hamlet. Suplica, se enfada, estruja en un abrazo a alguien invisible, se da puñetazos en el pecho. Si la canción va, por ejemplo, de una mujer (perdón, gachí) que le ha puesto los cuernos él canta a su alrededor, la señala amenazante, se postra ante ella, la ignora con desprecio. A todo esto, al espectador medio le pilla el show chupando una cabeza de gamba, y alucina ante lo que está ocurriendo. El descojone es generalizado.

Cuando acaba sus cinco o seis canciones, la terraza entera le ovaciona. El personal está epatado, y comienza a echar mano del bolsillo para darle algo. Pero el tipo los detiene: ¡Quietos todos! Se mete entre las mesas y se marca un discurso. Con dos cojones, comienza a decir que muchas gracias, pero que él no quiere dinero, que él canta por su propia satisfacción, por el aplauso y el calor de la gente, que eso es lo que a él le alimenta. El público alucina. Y a continuación se marca, con tono lastimero, un 'Pero es que le tengo que cambiar las pilas al radiocassette', y cierra los ojos como si fuera a llorar. Aplausos, carcajadas. Menudo crack. La gente vuelve a sacarse dinero y, el que no pensaba darle nada porque no le gustaba su música, acaba apoquinando porque ese final le ha trastornado. Y logra muchísima más pasta. Ah. Cuando el tipo se va, les juro que queda un vacío, un silencio... Ojalá hubiera durado un rato más. Mierda, ahora llega otro con su acordeón.

Como paralelismo es un poco chungui pero, al final, en publicidad también se trata de ser El Chicho en un mar de rumanos, buscándole los cinco pies al gato para sorprender, diferenciarse y encandilar.

Y esto, se lo juro, lo escribo con envidia y admiración. Este cantaor, los chirigoteros de Cádiz (el Selu, el Yuyu y tantos otros). Qué cantidad de gente hay pululando por ahí con un talento descomunal, intuitivo, brillante, y andan cambiando bujías a diario en Tiendas Aurgi, reponiendo en hipermercados o sirviendo carajillos. Qué injusto. Qué síndrome del intruso. O del rumano.