21 febrero 2006

La última peli: Kamchatka

KAMCHATKA


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Dirección: Marcelo Piñeyro.
País:
Argentina.
Año: 2002.
Duración: 105 min.
Interpretación: Ricardo Darín (Papá), Cecilia Roth (Mamá), Héctor Alterio (Abuelo), Fernanda Mistral (Abuela), Tomás Fonzi (Lucas), Mónica Scapparone (Mamá Bertuccio), Matías Del Pozo (Harry), Milton De La Canal (El enano), Nicolás Cantafio (Bertuccio), Leticia Brédice (Maestra), Juan Carrasco (Cura).
Guión: Marcelo Piñeyro y Marcelo Figueras.
Producción: Francisco Ramos, Pablo Bossi y Óscar Kramer
Música: Bingen Mendizábal.
Fotografía:
Alfredo Mayo.
Montaje: Juan Carlos Macías.
Dirección artística: Jorge Ferrari y Juan Mario Roust
Vestuario: Ana Markarián.
Estreno en España: 29 Noviembre 2002.

SINOPSIS

Harry es un niño como cualquier otro. Tiene 10 años, va a la escuela, le gustan los juegos de mesa y mirar la televisión. Su padre es abogado, su madre trabaja en la universidad y su hermano menor, el Enano, es socio obligado de sus tropelías. Lo que no es normal es el mundo en que vive. En 1976, la Argentina ha caído en manos de una dictadura militar. Miles de ciudadanos son perseguidos y secuestrados. En la mayoría de los casos, el único crimen del que podría acusárseles es el de oponerse vocalmente a un régimen semejante. Ese es el caso de los padres de Harry, sabiéndose buscados, deciden esconderse. Sacan a los niños de la escuela, abandonan su casa y se ocultan en una finca de las afueras de la ciudad. Imaginan que el tiempo hará su parte, suavizando la situación. Harry y el Enano no están muy felices con su nueva circunstancia. Les duele haber sido apartados de sus amigos, de sus escuelas, de sus juguetes, de su vida cotidiana. Poco a poco comenzarán a apreciar las ventajas de su peculiar situación. El tiempo libre para explorar los confines de la finca. La oportunidad de conocer gente excitante y misteriosa, como Lucas, el adolescente a quien sus padres dan temporalmente asilo -Lucas también está en fuga-, y de quien recelarán primero para después convertirlo en su mejor aliado. Y la necesidad de adoptar nuevas personalidades, como los héroes de sus historietas favoritas; Harry, que no se llama Harry, elige ese nombre en homenaje a su ídolo, Houdini, el Rey de los Escapistas. Pero el tiempo no obrará a favor. La persecución llegará hasta ellos, mordiendo sus talones. Acorralados, sus padres decidirán dejarlos con los abuelos para apartarlos de la línea de fuego. Y a la hora de despedirse, antes de subirse al destartalado automóvil en que emprenderán la fuga final, papá y mamá dejarán en manos de Harry su juego de mesa favorito, el T.E.G., sabiendo al hacerlo que le dejan mucho más que un pasatiempo. Entre las reglas del T.E.G. hay escondido un secreto que sólo Harry sabrá, y que le ayudará a resistir hasta que finalmente salga el sol sobre ese país de invierno.


HOUDINI NO VOLVIO

La memoria es un truco de magia fallido, tramposo, hiriente; una foto desenfocada, errada y errante, que no encuadra la nitidez del momento reclamado; la funesta conciliación de una nana cantada a los pies de una tumba; una carretera lejana por la que circulan inalcanzables imágenes en fuga encarriladas al precipicio de un río sin retorno. Del adiós definitivo, de la despedida intuidamente final, de las premoniciones sin respuesta, de los días de vino y rosa precipitados en endrino sinsabor, de epitafios íntimos irresolubles reverberados en perennes cicatrices, de todo esto, y de, a pesar de todo, la vida empeñada en combatir, en resistirse a sus propias miserias nos habla Marcelo Piñeyro en esta grandísima película que es la presente producción argentina titulada Kamchatka.

Nada es lo que parece, cuando todo lo que parece pueden ser muchas cosas, todas esas que puede alcanzar a comprender un niño al que de la forma más abrupta posible el universo de su cotidianeidad le es arrebatado de forma fulminante. Nos hallamos en los inciertos días que siguieron al golpe de estado argentino de 1976, y un joven matrimonio bonaerense corre a esconderse a un socorrido chalet situado en la periferia de la capital para evitar las macabras consecuencias de las nefastas detenciones decretadas por los militares recién instalados en el poder. Sobre todos los esfuerzos, sobre todas las argucias que los dos adultos van a emplear para sobrevivir e intentar permanecer unidos sin que los pequeños sean conscientes de los peligros que intuyen que los van a acechar se nutren los nobles vericuetos narrativos de este inolvidable ejercicio cinematográfico, que, al estar construido sobre el atrevido andamiaje que le reporta la elección del escrupuloso, frágil, y comprometido punto de vista del hijo mayor de la perseguida pareja, deviene en un asombrado testimonio piadosamente esclarecedor, en un maduro alumbramiento confesional que el protagonista se arranca de sus entrañas para ofrecérnoslo con emotiva austeridad, desde la contención, como si estuviera componiendo un himno triste que tuviera la vocación de un susurro vertido, requerido, escuchado con la intensidad de un aliento último.

Toda la película se alimenta del relato que el protagonista nos va haciendo de todos los hechos que acaecieron en aquellos días imborrables, de todos los sucesos que él pudo contemplar. La narración avanza según van surgiendo interrogantes, temores, misterios, que él, dada su edad, o bien no puede esclarecer algunas veces, o se niega a admitir otras. Piñeyro muestra un exquisito y bien calculado interés en no cruzar el límite que marca la experiencia cognitiva del niño, no vemos cosa alguna de la que el no sea testigo o inductor (la escapada del colegio), de ahí que el perfil que se va dibujando de los padres sea tan aparentemente esquemático, tan virtuoso y ejemplar. No hay más (ni menos) hondura en la visión de éstos, pues la voz que nos introduce en la historia no tiene interés en ello. Su esfuerzo se concentra en recordar todo lo que ambos hicieron, inventaron, y decidieron por su salvaguarda; en mostrárnoslos como admirables fuerzas motrices que reaccionaron con urgencia ante la nueva realidad que se disponía a romperlos, desintegrarlos, aniquilarlos: la película arranca precisamente con la madre sacándole del colegio, y continúa con el padre preparándolo a él y a su hermano para un eventual zafarrancho de combate. Nos los entrega, en definitiva, de la única manera posible que la breve historia de su vida juntos le ha podido componer: Kamchatka destila el silencio hondo, la luz profunda y rabiosa de un diario escondido, pudoroso, cruel, que es leído como un tributo, como un acto de justicia que permite entablar el postergado dialogo de un hombre con sus seres arrebatados.

Este largo y comedido viraje hacia el dolor, pese a lo que a primera vista pudiera parecer, no se queda en una mera y evocativa exposición autobiográfica. El director, aprovechando al máximo el fascinante e insólito guión, enriquece, eleva, cuestiona y fustiga la ingenua e insuficiente mirada de su protagonista. Una puesta en escena reveladora, desestabilizante, milimétricamente cohesionada ahonda, radicaliza y enturbia la limpia observación del niño dejando entrever los destellos lacerantes del auténtico drama que se está viviendo, de tal forma que los espacios, los objetos, las acciones que nutren el ominoso relato dan paso a un universo simbólico inquietador y horrorizante. El espectador, situado en la tribuna de la experiencia, conocedor de todos los macabros acontecimientos históricos que la película describe en sus albores, padece, sufre, es conmocionadamente interpelado, pues él sí sabe leer las entrelíneas escabrosas y vergonzantes de este triste episodio, sí puede rascar en la delicada seda del recuerdo infantil evidenciando las espinas, las sombras y las vilezas que la exigua capacidad de Harry no sabe desenmascarar.

Y así adquieren su nefasto sentido detalles tales como el abracadabra oculto en el juego de los dos niños, premonitoriamente colocado justo antes de que se produzca la apresurada e incomprendida salida del colegio. Remiten a la tortura los planos de la mano ensangrentada del padre, el de la paloma atrapada en la alambrada, la luz de la linterna impactando en el rostro del niño, los espasmos del sapo ahogado. Se masca el horror de la violenta represión, pese a que solamente aparezcan los militares ejecutando detenciones una sola vez, al principio, pero lo sentimos igualmente en la oscuridad que sorprende a Harry en el piso de Bertucho, en los vómitos de aquel por causa del retraso de los padres y en la desconfianza que le merece el hombre que lee el periódico frente a él dentro del tren, en los ensayos interrogadores a los que son sometidos los niños, y en los cristales rotos que crujen tras las pisadas de los miembros de la familia al volver a casa después de la primera huida. Todo está sancionado de transformarse en un reverso más oscuro y humillante, pues allí donde Harry sólo puede direccionar el trémulo e ignorante recurso de sus ojos menudos, nosotros vamos obteniendo la implacable y grumosa radiografía de un espanto: la turbia escena del truco de las manos atadas que Lucas le quiere enseñar a Harry es el paradigma del argumento aquí expuesto; ésta expele la misma angustia de una solitaria ejecución; el inofensivo juego infantil se torna en dañoso pasatiempo, cuando la cuerda utilizada para la escapista lección adquiere de repente el frío tacto de las esposas aplicadas sin compasión en las muñecas de un prisionero.

Piñeyro muestra el mismo pudor, la misma coherencia en los momentos donde brota la alegría y la emoción, y que patentizan el triunfo del dispositivo ocultatorio que los mayores han puesto en marcha. La felicidad de los dos niños no es escatimada y proporciona instantes tan estimulantes como la fiesta en la que todas acabando bailando al son de Carlos Mejía Godoy. El hermano pequeño funciona siempre como un descacharrante elemento cómico de primer grado (su borrachera, su fascinación por El Santo). Estallan de ironía las dos apariciones televisivas de la serie de LOS INVASORES: la primera se hace coincidir con la toma de poder por parte de los militares, y la segunda muestra con toda exactitud una detención. Y se enlazan con la tibieza de una lengua de espuma escuetos y profundos apuntes melodramáticos tan auténticos como la mano del abuelo superpuesta a la de su hijo (sabe que seguramente también será la última vez que lo vea), la escritura de su nombre en el libro de Houidini por parte de Harry, el llanto de la madre descubierto desde la ventana del jardín, la nocturna (no)despedida de Lucas, los planos del padre enjaulado en una cabina telefónica.

El cineasta español Víctor Erice se sacaba de la manga en El Sur uno de los encadenados más hermosos que el cine contemporáneo ha podido disfrutar: una cámara fija situada en el medio de una estrecha carretera recoge la salida en bici de una niña dispuesta a dar un paseo en bicicleta. La niña se aleja lentamente y un fundido en negro nos transmite limpiamente, sin más recursos, un apreciable salto temporal que queda clarificado cuando advertimos que la persona que regresa montada en la bicicleta anteriormente despedida es una adolescente para nosotros desconocida, pero que identificamos con rapidez como la niña protagonista de toda la primera parte de la película, sólo que mucho más mayor. Piñeyro utiliza un plano muy semejante para concluir su relato, pero aquí el encadenado con el regreso no existe. La vuelta, el retorno, la devolución de los seres que conducen el coche que se aleja hacia el infinito por una inequívoca y tórrida carretera sabemos que no va a producirse. Esa escapada no era un ejercicio maquinado por Houdini; ni éste, el genial artista del escapismo, era el padre del niño que cuenta la historia. Muere Houdini, pero la voz que clausura este magistral relato, nos demuestra que al menos sí le dio tiempo a enseñarle a Harry a escaparse, a aparecerse, a permanecer, a ser Kamchatka.

Celso Hoyo Arce

(*****) Recomendada para todos aquellos que tienen en su isla del tesoro películas como El Sur, de Erice; Mi vida como un perro, de Hallstrom; Viento en las velas, de Mackendrick; o Leolo, de Lauzon.

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