17 marzo 2005

Las tiendas de hipoxia se imponen como método de apoyo al entrenamiento aeróbico

La escena es cada vez más frecuente. Un ciclista se dirige a su habitación, se introduce en una tienda de hipoxia (similar a las de campaña) instalada en su cama y sube la cremallera para cerrarla herméticamente. La concentración de oxígeno dentro de ella es menor que fuera gracias a un dispositivo que actúa a modo de membrana para atrapar parte de él y bombear de vuelta este aire hipóxico hacia el exterior. El problema es la incomodidad. La mayoría de los que la usan entran con una televisión y un orinal porque no pueden salir ni abrir la cremallera en 14 horas. Si lo hacen, la experiencia sería inútil. ¿Cuál es el beneficio de esta tienda? A grandes rasgos, se trata de obtener durante el sueño las ventajas de adaptación del organismo, como si el deportista viviera a más de 2.000 metros de altitud sobre el nivel del mar, al tiempo que puede llevar a cabo durante el día sus sesiones normales de ejercicio con mayor intensidad. El empleo de la altitud como herramienta de entrenamiento arrancó en los años sesenta. El razonamiento es simple: en ambientes en los que hay menos oxígeno, el cuerpo pone en marcha mecanismos que potencian el rendimiento aeróbico. Para las especialidades de resistencia, elevar el hematocrito y la concentración de hemoglobina aporta ventajas inmediatas. Así, el transporte de oxígeno a los músculos se hace más eficaz, al tiempo que se retrasa la aparición de la fatiga. En 1997 el doctor Levine —uno de los principales expertos en altitud y rendimiento —publicó un trabajo ya clásico. Apareció en el Journal of Applied Physiology y su título es un lema popular entre los entrenadores: «Vive arriba y entrena abajo». El estudio analizó a dos grupos de corredores de fondo. Uno estaba concentrado a 2.500 metros sobre el mar y descendía a 1.250 para ejercitarse. El segundo vivía y se entrenaba a nivel del mar. En el test final (una carrera de 5.000 metros) los del primer grupo obtuvieron mejores tiempos. Sus integrantes experimentaron un aumento de los niveles de hemoglobina de un 9% y de un 5% en el hematocrito. El profesor Igor Gamow, inspirado por esta idea, diseñó una cámara para obtener una presión atmosférica reducida. Es muy útil para los alpinistas, pero no para atletas ni ciclistas, ya que provoca a menudo dolores de cabeza por los cambios de presión. La tienda de hipoxia diseñada por Shaun Wallace (ciclista e ingeniero británico) mantiene la presión constante pero reduce el porcentaje de oxígeno desde el 21% habitual a un 15%, proporcionando así una cantidad del mismo similar a la existente a 2.500 metros. La tienda, que pesa unos 30 kilos, se pliega y se convierte en una maleta. Se adapta a camas de matrimonio y sus paredes transparentes permiten ver el exterior. Su uso comenzó a finales de los noventa entre los triatletas y se está extendiendo en natación, ciclismo y atletismo. Newby-Fraser, ocho veces ganadora del triatlón o la británica Paula Radcliffe, campeona mundial de cross, son usuarias de estas tiendas. Quizá el nadador Ed Moses también ha contribuido a ponerlas de moda en EEUU. El subcampeón olímpico de 100 metros braza duerme a veces a 3.800 metros en el sótano de su casa, en Washington. Moses comenzó a usarla en enero y batió dos récords mundiales en marzo.

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