18 junio 2005

La última peli: Los chicos del coro

LOS CHICOS DEL CORO(Les choristes)

Dirección: Christophe Barratier.Países: Francia y Suiza.Año: 2004.Duración: 95 min.Género: Drama.Interpretación: Gérard Jugnot (Clément Mathieu), François Berléand (Rachin), Kad Merad (Chabert), Jean-Paul Bonnaire (Padre Maxence), Marie Bunel (Violette Morhange), Paul Chariéras (Regente), Carole Weiss (Condesa), Philippe Du Janerand (Señor Langlois), Erick Desmarestz (Doctor Dervaux), Jean-Baptiste Maunier (Pierre).Guión: Christophe Barratier y Philippe Lopes-Curval; basado en la película "La cage aux rossignols" (1945) de Jean Dréville.Producción: Jacques Perrin, Arthur Cohn y Nicolas Mauvernay.Música: Bruno Coulais.Fotografía: Carlo Varini y Dominique Gentil.Montaje: Yves Deschamps.Diseño de producción: François Chauvaud.Vestuario: Françoise Guégan.Estreno en Francia: 17 Marzo 2004.Estreno en España: 3 Diciembre 2004.
SINOPSIS
En 1949, Clément Mathieu (Gérard Jugnot), profesor de música en paro, empieza a trabajar como vigilante en un internado de reeducación de menores. Especialmente represivo, el sistema de educación del director Rachin (François Berléand) apenas logra mantener la autoridad sobre los alumnos difíciles. El mismo Mathieu siente una íntima rebeldía ante los métodos de Rachin y una mezcla de desconcierto y compasión por los chicos. En sus esfuerzos por acercarse a ellos, descubre que la música atrae poderosamente el interés de los alumnos y se entrega a la tarea de familiarizarlos con la magia del canto, al tiempo que va transformando sus vidas para siempre.
CÓMO SE HIZO
Inspiración cinematográfica
«Después de mi cortometraje, Les Tombales, estaba buscando algún tema para largometraje. Me di cuenta de que las notas que tomaba se referían sobre todo a mi primera infancia, a las emociones que experimenté entre los cuatro y los ocho años. Por otro lado, debido a mi formación musical, yo tenía muchas ganas de contar una historia relacionada con la música. Así que esos dos temas, la infancia y la música, son los que me llevaron lógicamente a recordar La cage aux rossignols (Jean Dréville, 1945), una película que vi a los siete u ocho años, en 1970-1971, en una de las dos cadenas de televisión de la época, y que me emocionó profundamente. Casi olvidada, la película ha conservado sin embargo su encanto y, además, no ha sido sacralizada como una ‘obra maestra del cine francés’, lo que hacía que su adaptación fuera menos peligrosa. He mantenido sobre todo dos cosas: la emoción que despiertan las voces de los niños y el personaje del músico fracasado que a pesar de todo se esfuerza por cambiar el mundo de los que le rodean. Esto es lo que más me gusta del cine, y lo que tienen en común mis películas preferidas: ¿cómo puede contribuir un individuo a mejorar el mundo? Sé que el cine no puede cambiar las cosas, pero puede despertar las ganas de intentarlo. Me gusta salir de ver una película con ganas de identificarme con el personaje principal. La enseñanza de Clément Mathieu no se limita a unas simples lecciones de música sino que es una lección de vida. En LOS CHICOS DEL CORO hay tres temas: la primera infancia, la música y la enseñanza».
1949
«Situar la película en esa fecha no es casual. Después de la guerra se constituyeron los famosos centros de reinserción llamados comúnmente correccionales. En esa misma época se creó la Protección Judicial de la Juventud (PJJ), que confirió a los niños de un estatuto jurídico distinto del de los adultos. Eran los comienzos de una especie de psiquiatría infantil oficial, con todos los errores que eso lleva consigo. Por ejemplo, se definían perfiles psicológicos con una preocupación, que se pretendía loable, de observación; métodos que evoco en la película y que ahora nos parecen lamentables. El final de los años cuarenta es una época traumatizada: se acababa de salir de la guerra y, como en todos los períodos de crisis, los padres tenían otras prioridades que la educación de los hijos. En ningún momento se nos ocurrió adaptar la historia a nuestra época: en primer lugar habría que abordar el universo de las ciudades, de la reinserción, de la integración, de la delincuencia, y además hoy Clément Mathieu sería un educador con otras prioridades: no tendría nada en común con un profesor de música de los años cincuenta».
Infancia
«El tema de la infancia es el más universal. Proyectarse en el pasado permite escapar de las contingencias de la actualidad para concentrarse en lo más universal: el sentimiento de injusticia y de abandono en un niño cuyos padres están austentes o han desaparecido, y la rebelión o la inhibición que genera. Con independencia del origen social de los niños que he elegido para la película, desde el momento en que se vistieron con la ropa de la época ya no fueron nada más que niños con los mismos miedos, los mismos deseos y las mismas penas».
Gérard Jugnot
«Desde el primer momento pensé en Gérard Jugnot para el papel de Clément Mathieu. También es coproductor de la película. Confío plenamente en su juicio: es un excelente lector. Leyó las tres versiones del guión y en cada momento me dio consejos muy útiles: tiene las ideas muy claras acerca de los problemas de guión y sabe anticiparse a la atención del público en el buen sentido del término, es decir, ofreciéndole obras que podría amar y no sólo las que ya ama. Su intervención siempre ha sido muy oportuna. Él me puso en contacto con Philippe Lopes-Curval, con el que Jugnot acababa de escribir Monsieur Batignole. Philippe aportó ideas muy buenas, desarrollando notablamente la psicología de los personajes, tanto del director que interpreta François Berléand, para el que los niños son el símbolo de una vida profesional fracasada, como de Chabert, interpretado por Kad Merad».
Los niños
«Desde el principio tuve claro que el papel del solista fuera para un verdadero cantante. Sabía que sería muy difícil encontrarlo, pero tuve una suerte enorme: en nuestro viaje por Francia buscando a los mejores coros para elegir al que tenía que grabar la banda sonora original de la película, descubrimos al joven Jean-Baptiste Maunier, solista de los Petits Chanteurs de Saint Marc en Lyón. Su voz es excepcional y muy conmovedora, y como sus pruebas para el papel fueron concluyentes, ni lo dudé. Para el resto del coro, yo no quería a jóvenes actores ‘profesionales’ porque me gusta la parte de juego que hay en los niños y que se escapa de la sistematización. Buscamos a los niños en los mismos lugares de rodaje de Auvernia. Tras la audición de más de dos mil niños, pude distribuir los papeles y descubrí entre ellos auténticos actores. Tan sólo los parisienses Théodule Carré Cassaigne y Thomas Blumenthal tenían alguna experiencia como actores y logré que se integraran sin problemas con los chicos de la zona. En cuanto a Maxence Perrin, el hijo de Jacques, su papel de Pépinot es su primera experiencia interpretativa».
Decorados y elecciones visuales
«Quería conseguir un ambiente que fuera austero y casi amenazador, que la emoción prevaleciera sobre el realismo. En los documentos de la época se ven a menudo construcciones con aspecto familiar y tranquilizador, pero yo quería mostrar un edificio exageradamente grande, inhóspito, porque esa sensación podían despertar en un niño para el que todo es más grande, más impresionante que la realidad. La elección de este tipo de decorados se vio reforzada, además, visualmente por la elección de filmar en Scope para resaltar el aislamiento y la sensación de aplastamiento de las pequeñas siluetas infantiles en medio de este decorado. Hacía falta prever cierta amplitud de plano panorámico para poder filmar el decorado principal, el aula, en su integridad. Se pierde un poco de realidad, de verosimilitud, ya no se está sólo en una simple aula sino en un universo poblado de personajes particulares. Por otra parte, me gusta mucho un estilo procedente del lenguaje musical, el legato, es decir, ligado, fluido, más que un estilo fragmentado. De ahí que haya relativamente pocos planos pero con travellings, panorámicas, fundidos encadenados y fondos a negro. Además, quería que los enlaces entre cada escena fueran elegantes, sobre todo en los pasajes cantados, que funcionan con una serie de imágenes que se suceden según un cierto ritmo musical. En las mezclas, hemos trabajado la evolución de las voces del coro jugando con la calidad sonora y la calidad musical. Había que dar al espectador el sentido del paso del tiempo gracias a la evolución musical del coro».
La música
«Empezamos a trabajar la música con Bruno Coulais en septiembre de 2002, nueve meses antes de empezar el rodaje. Queríamos huir de la imagen de niños de coro asociada con canciones de navidad y veladas junto al fuego. Había que fortalecer la música y no utilizar prácticamente el repertorio existente. Se supone que la música está compuesta por Clément Mathieu, un buen músico pero que ciertamente no se cuenta en la vanguardia de las corrientes musicales. La música era muy importante en la película y había que mostrar los progresos del coro y componer una música sencilla y sin pretensiones jugando más con la emoción que con la investigación estilística.»
«Tengo la sensación de que he llevado en mí inconscientemente el guión de LOS CHICOS DEL CORO desde hace mucho tiempo. He podido exorcizar algunos episodios de mi infancia y he podido hablar de la música, que sigue siendo una de mis grandes pasiones. Como el personaje de Clément Mathieu, nunca he llegado a concretar mi carrera musical: un día, de la noche a la mañana, decidí dejarlo, y sabía que algún día debería evocarla para saber si ese abandono fue un acto de valentía o de cobardía. Creo que se puede descifrar lo que soy a través de cada uno de los personajes... ¡sin excluir al director!»

Un gran músico fracasado
Esta opera prima del francés Christophe Barratier fue la encargada de clausurar la pasada Seminci’49, tras un éxito arrollador en el país vecino. Estaba fuera de concurso en el festival vallisoletano, pero fue una más que digna guinda para un certamen de alto nivel, a la vez que dejó buen sabor para lo que será la edición de sus Bodas de Oro.
Decir que el espectador que vea la película de Barratier disfrutará como nunca y saldrá de la sala contagiado por su positiva y esperanzada visión de la vida... es algo que no implica riesgo. Está realizada desde la verdad y sinceridad de un corazón –el del director– que contempla así la vida, y eso siempre se transmite al público. Según sus declaraciones, para la película se basó en su propia infancia y en su formación musical, inspirándose a su vez en las emociones suscitadas por la película "La jaula de los ruiseñores" que vio en la televisión cuando era pequeño.
En 1949, Clément Mathieu (Gérard Jugnot), un profesor de música fracasado, es contratado como vigilante en un internado de reeducación de menores. El centro está regido por estrictas y represivas reglas educativas, y su director, Rachin (François Berléand), se esfuerza por aplicar sin éxito el principio de “acción/reacción” para castigar a esos difíciles niños. Disconforme con esos métodos y compadecido con unos niños que sólo tienen el problema de la falta de afecto, Clément ideará la creación de un coro como manera para acercarse a ellos y ayudarles a encauzar su fuerza y rebeldía hacia unas activida-des que transformarán sus vidas para siempre. Pero la tarea no será fácil, y precisará una dosis de paciencia y fortaleza, e incluso renunciar a lo más personal.
Comienza la película con una especie de prólogo en el que dos personajes se reencuentran después de más de cincuenta años. Son dos de aquellos niños díscolos a los que un buen hombre un día les dio una oportunidad que cambiaría sus vidas: son Pierre Morhange –ahora un prestigioso director de música– y Pépinot. En un largo flash-back recordarán aquellos tiempos del internado, con una mirada llena de cariño a su amigo Mathieu, cuyo diario tienen ahora entre las manos; el espectador respira ya en estos primeros planos unos aires llenos de nostalgia y agradecimiento, y su pensamiento se va a "Cinema Paradiso", cuando Totó –no es causalidad que ambos papeles los interprete Jacques Perrin– rememora a su amigo Alfredo el proyeccionista.
A partir de entonces, sólo queda disfrutar de un viaje a los años 40, cuando los métodos educativos y las teorías psicopedagógicas no eran muy humanizadoras, y donde las clases eran más una es-cuela para la vida que un lugar de ins-trucción; en este punto, la labor de pro-ducción artística nos recrea un ambiente verosímil y permite al espectador transportase a otra época con una sonrisa en los labios por la sencillez de esas escuelas de posguerra: es el ambiente recrea-do en otros grandes filmes como "Adiós muchachos" de Louis Malle o "El espíritu de la colmena" de Erice, que vienen pronto a la memoria. La tarea de formar un coro que se propone el bueno de Mathieu y humanizar así a través de la música nos lleva a su vez a "Sonrisas y lágrimas", aunque aquí no haya subtrama política ni romántica; Barratier prefiere quedarse con el alma y la mirada de los niños, meterse en su cabeza y en su corazón, para extraer momentos de gran emoción que conmueven al espectador cuando el coro interpreta sus canciones. No se trata de un sentimiento sostenido por unas notas musicales hábilmente colocadas –aunque las canciones populares y su interpretación por el coro de Saint-Marc son dignas de elogio–, sino que poco a poco ha ido perfilando unos personajes con su rebeldía, orgullo, inocencia, sufrimiento, soledad, sencillez... allí donde un músico fracasado –que no una persona fracasada– no encuentra más que personas que necesitan cariño y no reprimendas. Es cierto que se caricaturiza la figura del director Rachin, y que juega la baza del contraste para potenciar la diferente manera de educar y ensalzar la tarea del profesor comprensivo y cari-ñoso, pero se trata de licencias del director para dibujar unas imágenes amables y tiernas del niño por formar..., y del hombre y sus posi-bilidades.
Quizá uno de los mayores aciertos de la película esté en el casting. El rostro de Mathieu refleja una bondad natural y una compa-sión que hacen que su tarea no resulte nada postiza; al pensar en “una cara de ángel” –como le define cínicamente un profesor– ense-guida pensaríamos en el niño Morhange y su voz angelical, y para un pequeño que todos los sábados espera inútilmente –porque han muer-to– a que sus papás vengan a recogerle... quién mejor que Pépinot.
Habrá quien la califique de sentimental y dulzona. Como ya se ha dicho, está realizada desde el interior –un interior positivo y esperanza-do, nada agrio– pero también es claro que ofrece una visión humanista y que confía en sus posibilidades, y para muchos esto es sinónimo de complacencia y superficialidad: por eso abunda tanto el cine amargo, nihilista y escéptico. El director francés no engaña a nadie y realiza una película honesta, con la intención de ayudar al espectador a mejo-rar su vida como persona, aunque como “músico” uno pueda haber si-do un fracasado. Y si no, que se lo pregunten a Mathieu, a Pépinot, a Morhange...
Película llena de encanto y emociones, que gustará a todos. En Francia ha sido un grandísimo fenómeno popular, y es su candidata a los Oscars®. Nuestra sociedad necesitaría muchos “Mathieu”: bien-venidos sean.

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